No ha habido vez que haya ido a Helsinki (y son varias ya a lo largo de esta vida) que no haya acudido al barrio de Töölö a contemplar el raro e impresionante monumento a Sibelius, enclavado en el Parque dedicado dedicado también al gran músico finés, un entorno ideal donde los altísimos abedules se encaraman entre rocas volcánicas y casas antiguas para atisbar el cercano lago-bahía que recorre la ciudad.
El monumento, un grupo escultórico formado por docenas de tubos de aluminio y acero inoxidable, todos decorados con formas, mellas y hendiduras distintas, obra de la escultora Eila Hiltunen e inaugurado en 1967, pretende emular a los tubos del órgano, por cuyos huecos se oye el gemir del viento y la música del compositor finlandés, por cuyas notas ruge o gime, en ocasiones, el rumor de los bosques y los lagos del país, cuyo bellísimo entorno es un ejemplo de ello.
Cuando lo ví por primera vez tan sólo habían pasado 5 años desde su instalación en el parque de la calle Mekkelinkatu, y parecía mucho más claro, vibrante y luminoso que ahora, en 2014, bañado por la pátina de las lluvias, nieves y el plomo de las gasolinas. Pero sigue emocionando igualmente. Sujeto todo él a una grácil estructura de tan solo dos puntos de apoyo, uno de ellos formado por una sola pata o columna y el otro por cuatro tubos unidos con soldadura, dan una sensación de levedad, como si todo el entramado, en forma de alas, estuviera volando en medio del bosque.
Mario Sasot